Hace meses que apenas me asomo por la cobertura (nunca mejor utilizada esa palabra) que hacen los medios oficiales cubanos al acontecer internacional. Hoy escuché que hablaban del conflicto entre el renacido imperialismo ruso y una Ucrania que ha visto amenazada y violada su integridad territorial y su seguridad desde el 2014, y que finalmente podría desaparecer como estado moderno soberano y convertirse de nuevo en feudo o satélite de Rusia, ante la reedición del hambre expansionista que ya vivió bajo los bolcheviques y Stalin, cuando los ucranianos sufrieron la anexión forzada, el Holodomor, la repartición de su territorio una y otra vez, el Gulag masivo, y después la ingeniería demográfica de la rusificación y la ingeniería cultural que llegó a imponer el idioma ruso por decreto. Se trata de la misma hambre expansionista que exhibe ahora el nuevo zar.
Pero hoy en los medios oficiales cubanos no hablaban de nada de esto, claro está. Le daban un barniz de nostalgia espiritual, de reivindicación moral y de derecho, a lo que no es otra cosa que un conflicto fabricado y una ocupación como hecho consumado, sumamente ilegal e inmoral, resultado de una política de bullying y de chantaje militar, económico y político. No solo es todo ello con respecto a la ley internacional, sino también, y sobre todo, con respecto a lo que siempre hemos cacareado como los principios irrenunciables de la política exterior de Cuba.
El barniz de corta y pega de la televisión cubana está diseñado en RT, como no podría ser de otro modo, y disfraza muy mal la genuflexión de nuestra soberanía puesta al servicio de un juego de poder entre potencias, donde ya no es sostenible la ficción de que somos un pequeño país que enarbola y observa religiosamente, contra viento y marea, su autodeterminación y sus principios, como no lo era, aunque no lo supiéramos entonces, cuando la crisis de los misiles en los lejanos años 60. Lo que pasa es que nosotros nos leímos los mismos libros de historia que los analistas de la televisión oficial, y a pesar de Internet, todavía dependemos mentalmente de aquellos textos y discursos que nos hicieron estudiar durante décadas, si bien los más importantes seguirán siendo los que nunca leímos. La realidad es siempre mucho más compleja, y no se presta a nuestras habituales simplificaciones políticamente interesadas.
¿Qué pasa entonces con el relato tan sesgado, tan mimético, de los medios oficiales? Sencillamente se ha escogido bando. Y se escogió el bando donde más cómodos pueden sentirse los que se saltan sin vergüenza ni escrúpulos los reclamos de los pueblos y las reglas del juego democrático, pues es allí donde pueden resguardarse bajo un paraguas de inmunidad política y diplomática internacional, y donde les son donados, de vez en cuando, los módulos de salvamento para salir del naufragio de sus propias crisis internas, eso a lo que llaman solidaridad desinteresada.
Entiendo que todo país tiene intereses, y aliados más cercanos que otros. Pero ello pone de relieve la pregunta de cuáles son los intereses de la nomenclatura política cubana, en virtud los aliados que ha escogido.
Admiro la cultura y la nación rusas, adoro la literatura, el arte, la música, el cine, el teatro, la danza de raíces espirituales rusas, y quizás por ello entiendo que, por mucho que se tuerza la narrativa y por mucho empeño que se ponga en demostrar lo contrario, el hombre y el régimen que gobiernan en determinado momento histórico no siempre representan a lo mejor de una nación. Cómo no entenderlo.
Dicho esto, ya recuerdo por qué hace ya meses que no me siento frente al televisor. En todo caso, tal y como dice una muy cómica canción de Ronkalunga, «a mí no me desinforma nadie; yo me desinformo solo». Con la diferencia de que a mí no «me da lo mismo» y que yo no «me hago pasar por bobo».