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3. Tratando de darle alcance al Sol o En busca del tiempo (cubano) perdido

Continuación: Tercera Parte

Imagen: obra de Sandra Ramos

II.
DUERMEVELA
Sobre la fe, la esperanza y la espera.

4. Donde se conjuga el Tiempo Utópico y este divide la eternidad.

Buscamos por todas partes el
absoluto, y no encontramos sino
cosas.
Novalis

Aunque ambas se materializan en la espera, es preciso distinguir de antemano la esperanza de la fe, pues a menudo se confunden. Esta distinción es útil puesto que constituye uno de los puntos en los que los cubanos experimentamos de manera contradictoria el tiempo. La fe, por un lado, está fundada en un sentido de predestinación, en la certeza de lo inexorable, y no precisa de variables matemáticas ni evidencias materiales para justificarse; puede, en fin, prescindir del aquí, del ahora, y de la realidad misma. Para el que cree, ya sea en el Paraíso del alma resurrecta o en el triunfo de las fuerzas progresistas y la instauración del comunismo mundial, el hoy es apenas un pasadizo incómodo, pero necesariamente breve, donde el ser humano purga los excesos de su precaria existencia en tránsito hacia un mañana eterno de beatitud divina, social o de alguna otra forma superior, supra humana, que dota de significado y propósito a todo ese calvario que es la vida.

La fe en un camino coronado por la gloria es el combustible que mantiene la llama de todas las utopías individuales y colectivas. Estas son las hogueras donde se destruye el pasado y se ofrenda el presente, en nombre de un oráculo del futuro que se sustenta únicamente en el deseo de otra vida mejor y la creencia, para poder alcanzarla, en la infalibilidad del camino y el método, y, por regla general, del líder que los señala. Para la utopía esa ruta es la única posible, y ese sacrificio del presente ya es estar inmerso en el tiempo utópico, pues “se hace camino al andar” y basta la proclamación de la meta para creerse de algún modo allí.

En la trampa retórica de todas las narrativas utópicas -y el discurso político cubano no podría ser un ejemplo más representativo- la existencia toda se conjuga en dos tiempos verbales. Los cubanos vivimos siempre atrapados entre las antípodas mentales del pasado, que creemos conocer al dedillo, y el futuro, al que pretendemos conocer aún mejor, y el cual, sin asomo de indicios que lo justifiquen, confiamos que un día llegará tal y como lo hemos esperado. Atascadas en esa senda, y hundidas en el cieno resbaladizo de esa falsa disyuntiva, las ruedas del hoy se atascan y giran eternamente en el mismo lugar, y parece que no habrá empeño, por descomunal que sea -aunque siempre se anuncie cada nueva tarea utópica como la del “esfuerzo decisivo”- que nos haga salir. El hombre utópico se diluye así en el tiempo utópico, en ese ir y venir de vuelta, una y otra vez, sin salir del mismo lugar. Y es que al estar su meta siempre en la posibilidad de un tipo de vida futura y no en la vida misma, a menudo pierde de vista su situación, olvida por dónde anda, por qué y cómo ha llegado hasta ahí al ir haciendo camino.

Volver sobre sus pasos, rectificar y recomenzar tomando otra senda, como se ha visto, no cabe en el itinerario utópico; no hay máquina del tiempo para la utopía, mucho menos cuando ello significa claudicar ante el pasado. El pasado debe permanecer en nuestras mentes como lo ya negado y superado de forma definitiva, y la vuelta a él como la alternativa terrible a cualquier cambio de la situación presente no sancionada por el dogma utópico. No hay para la utopía nostalgia posible que no sea la de su propia imaginación, la de su propio sueño.

5. Las sombras del futuro

Por insoportable que parezca vivir en las condiciones de la Cuba -dizque socialista– de hoy, siempre se nos presentará como mucho más desastroso el regreso a un ayer republicano que la mayoría no vivió en toda su diversidad y complejidad. Un pasado cuya imagen, que originalmente debió vibrar, tal como la realidad misma, a todo lo largo y ancho del espectro cromático, ha quedado reducida después de seis décadas a una serie de instantáneas en blanco y negro, tomadas a través de un lente ideológico que enfoca y desenfoca, incluye o margina del plano las historias a conveniencia del que tiene la prerrogativa de escribir y editar a discreción el relato oficial. Así desdibujada, “la República aquella” se nos muestra por todas partes -en las vallas, los discursos, los programas de televisión y radio, en los libros de texto escolares, en las disertaciones académicas y en los manuales de historia- como un pozo ciego de atraso, ignominia, frustración, intervencionismo y sumisión.

Los pozos ciegos se tragan toda la luz, por lo que al asomarse a ellos tras pasar una larga temporada es difícil recordar o incluso imaginar que cada cosa que fue arrojada allí exhibió alguna vez, bajo el sol, una infinidad de matices. De igual modo al hacer una pregunta al abismo, este devuelve solo el eco, seguido del silencio. Y así un día, ya sea por convicción, que es la enemiga mortal de la razón, por miedo o por simple pereza intelectual, en la isla dejamos de intentar asomarnos, de escudriñar con nuestros propios ojos en esas profundidades. Invariablemente encontrábamos junto a la puerta de entrada hacia el pasado pre-revolucionario (y se me antoja que igual podría ser hoy la de salida), la advertencia de que del otro lado nos espera el hombre del saco o El Coco, los fantasmas que acosan en sus pesadillas a los niños desobedientes. La vuelta al pretérito es, en fin, el hombre de paja con el que el discurso político cubano intenta espantar todas las refutaciones del presente.

En la mente del utópico devoto el único rayo de luz ancestral que atraviesa y escapa a ese agujero negro del pasado no es otro que la Revolución misma. Ni la tradición política, ni la herencia cultural, económica o cívica de la República sobrevivieron íntegramente al viaje. Solo la Revolución cubana viene del pasado y le supera en la contradicción dialéctica. Ella es simultáneamente otra y la misma, ruptura y continuidad, utopía por alcanzar y utopía realizada, la que empezó en los albores de las luchas por la independencia del siglo XIX (o según el alcance de la genealogía a la que se eche mano, mucho antes, cuando las rebeliones de los nativos Hatuey y Guamá contra los primeros conquistadores españoles o de los primeros negros cimarrones contra los mayorales), la que finalmente triunfó en 1959 y la que continuará “por 62 mil milenios” más[v]. La vida de la Revolución cubana se calcula en el imaginario utópico usando la misma escala temporal de las estrellas y las galaxias. La Revolución cubana es Kronos. 

Es quizás por eso que el hombre utópico y su utopía rara vez adquieren consistencia, no alcanzan a ser otra cosa que las proyecciones y sombras que arroja en derredor la hoguera del sacrificio, en cuyas llamas se consumen pasado y presente, lo único real. Estas danzan en el fondo de la caverna platónica y mudan constantemente de forma sin definirse nunca, como en los sueños de Chuang Tzu o Las ruinas circulares de Borges, o como Los fantasmas de la Utopía de Pedro Pablo Oliva. “Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos”, me dice con falsa solemnidad un amigo que gusta de hacer bromas sobre las cosas más serias, citando una frase de Fidel Castro pronunciada en enero de 1959, a lo que siempre añade, “…tan grande, que no nos deja ver más allá, ni tampoco salir, de su sombra”.

Para dos generaciones que nacieron tras la Revolución cubana triunfante -empezando por aquella de los “Pinos Nuevos”, primero plantada en los semilleros de la “Nueva Escuela” y puesta después a crecer en el invernadero del socialismo y el nacionalismo finiseculares-, hoy ya debería ser el futuro, aquel que les fuera augurado como algo inminente, tal y como se anunciaban por la misma época las profecías del comunismo mundial, los autos voladores o las colonias en Marte, simultáneamente a las del fin del mundo o la hecatombe nuclear en los años glaciales de la Guerra Fría. Hoy, más de medio siglo después, se continúa hablando de un desarrollo sostenible, de una prosperidad y de un socialismo “perfeccionado” que serán finalmente alcanzables… en el 2030, siempre y cuando sigamos al pie de la letra los “lineamientos de la política económica y social” del Partido Comunista de Cuba.., una vez más. 

Tal y como el Juicio Final, el retorno del Mesías o la fase final de descomposición del capitalismo, el futuro ha cambiado de fecha prevista desde 1959, con cada nueva reinterpretación de los signos y textos cabalísticos de la Revolución Cubana, en cada nuevo congreso del Partido Comunista, con cada giro de la historia al que se acomoda la retórica como el agua al recipiente que la contiene: “año del esfuerzo decisivo”; “año de la rectificación de errores”; “vamos por el camino correcto”; “ahora sí vamos a construir el socialismo”; “por un socialismo próspero y sustentable”… “el futuro pertenece por entero al socialismo”. Si bien la utopía del paraíso comunista envejeció rápido y mal, por todas las razones que no caben en este texto, la narrativa del sacrificio en cambio se renovó y adquirió nuevas connotaciones.  

Se reformuló con mucha más fuerza en la forma de un legado a la humanidad, a las generaciones (hijos, después nietos, bisnietos…) que algún día vivirían la utopía al fin terminada gracias a nuestra quijotesca inmolación, cuando ya se haya agotado nuestro combustible para seguirla construyendo, embistiendo molinos y esperando “el momento adecuado”, siempre según el cronograma trazado por el Partido. La fe de las utopías se eleva entonces a la dignidad del martirologio, a la misma categoría que la fe en la resurrección del espíritu y el paraíso recobrado: la recompensa de un mañana por todos los esfuerzos, privaciones y lealtades de hoy, el karma que premia nuestras buenas obras, devoción, paciencia y obediencia, con una especie de sobrevida en los demás.

Los psicólogos le llaman a esto la “falacia de la recompensa divina”.

6. Lágrimas en la lluvia

Contrario a la fe del utópico incorregible, la esperanza del hombre de a pie no puede prescindir totalmente de la realidad, ni cuenta con una cuota inagotable de paciencia. No es convicción absoluta de lo que vendrá, sino conciencia de una potencialidad que se manifiesta ante nosotros a pesar de todo y más o menos claramente. Es por eso que le interesa, puede prever y aspirar, únicamente lo que, aunque remoto, resulte hasta cierto punto viable o razonable a partir de las circunstancias. La esperanza es pragmática; se aferra, así sea por el lado más estrecho y resbaladizo, a lo posible en el ámbito de las cosas de este mundo. No es ilusión de futuro, sino una apuesta hecha únicamente desde el conocimiento del presente y la experiencia adquirida en el pasado. Por ello no puede confiar en un dogma, mucho menos en una profecía, al menos no una de naturaleza distinta a las que suelen hacer en la práctica los analistas económicos y los consejeros políticos: la mejor predicción de resultados deseados que nos es dado hacer en este minuto, con la información de la que disponemos. Es por lo tanto en la esperanza, y no en la fe, que el hombre común lucha y espera.

Como la esperanza solo tiene sentido en el aquí y el ahora, puede no tenerlo mañana si dejan de percibirse razones para el optimismo. Al proyectarse hacia un futuro que tiene que caber dentro del marco de la vida, es por naturaleza prosaica, hedonista, se ubica en la dimensión de los deseos, el placer y la realización personales. Si la utopía política unifica y uniforma a todos los individuos bajo una misma visión hecha de aspiraciones colectivas, la esperanza por su lado solo puede ser individual, sus metas no son intercambiables por las del colectivo, y llevan la marca de identidad del portador. En una sociedad donde se impone el constructo de la felicidad colectiva, no de manera complementaria y simultánea, sino como antítesis de la búsqueda de la felicidad individual, suele ser mucho más fácil perder las esperanzas que la fe.

A estas alturas en Cuba, el que no conserva ciegamente, casi intacta, la fe, probablemente ya perdió, o esté a punto de perder también, las esperanzas. No en balde la isla se ha llenado de altares, y parece que se invierte más dinero en exvotos, sacrificios rituales, conjuros, santificaciones y exorcismos, que en emprendimientos económicos, cultura y educación. No pocos cubanos dedican más tiempo y energía psíquica en procurar ayuda de las deidades para poder emigrar, eximirse de emplear demasiados esfuerzos en alcanzar las más elementales aspiraciones, o bien en pasar desapercibido y poder seguir haciendo lo mismo de siempre sin temor al sobresalto del cambio o a la amenaza del mal de ojo, que para imaginar, debatir e impulsar un futuro distinto.

Ya se ha visto que la esperanza concreta que se aviva al alba tras cada sueño, como del otro lado la fe utópica en el mañana distante, están ancladas en algún tipo de espera. Al ser cosas mentales, aquellas son por fuerza abstractas, y su objeto está en distinta medida fuera de lo tangible y lo cotidiano. Pero la espera, en cambio, no lo es, y no lo está. La espera es un animal de una especie distinta a la esperanza y la fe: es el elefante en la habitación, ese que la ocupa casi por completo y cuya presencia, extrañamente, no notamos, acaso por estar obsesionados con todas aquellas expectativas que insuflan ilusión, energía y ganas de continuar aun cuando la realidad nos desmiente, una y otra vez. La espera es tiempo concreto, puro y duro, que se nos va a 12 parpadeos por minuto, a 21000 respiraciones por día, todos los minutos, todos los días de nuestra vida. “En la sombra la lluvia se diluye” -escribió Miguel de Unamuno en un soneto que expresa esa fugacidad minuciosa del tiempo en la nada- “y en el silencio el son de la campana”. Más adelante remata: “nocturno el río de las horas fluye desde su manantial, que es el mañana eterno”[vi].

Los cubanos parece que siempre esperamos “algo más”, algo que demora, que no llega nunca o que se diluye, como la lluvia en la sombra, o para recordar el parlamento del “replicante” Roy Batty en el filme Blade Runner: “como lágrimas en la lluvia”. Ese algo que no solo es esperado, sino que además nos pospone el vivir, nos pone en pausa durante un plan más, un quinquenio más, un experimento más, un año más, un mes más, un día más, un rato más…, que en fin, desborda de ayeres, más que de mañanas, el cauce de nuestro manantial. La angustia de muchos cubanos con respecto al tiempo radica, pues, en vivir siempre en la espera, la espera para comenzar, al fin, a tener esperanzas de vivir. 


[iii] The World Factbook es una publicación de la biblioteca de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, que ofrece un informe estadístico sobre población mundial, actualizado periódicamente en su sitio web oficial y que es accesible a todos los públicos. Consultar el informe para Cuba en htpps://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/geos/cu.html

[iv] Un indicador pendiente para la investigación es la estadística de los suicidios cometidos por todos los grupos etarios en Cuba durante las últimas décadas; incluso, los últimos años y meses. Aunque no se publican esos números ni ha habido una indagación consecuente sobre el tema en la prensa oficial cubana, intuyo que esas estadísticas revelarían una contradicción, y demostrarían que la “esperanza de vida al nacer” dista de constituir por sí sola un indicador de triunfo. Hay muchos otros ángulos desde los cuales analizar esa paradoja entre la larga esperanza de vida al nacer en mi país y la decisión de tantos de dejar de vivir en él o de simplemente dejar de vivir.


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